Luna de miel Polinesia-Costa Oeste: Bora Bora I

domingo, 7 de octubre de 2012

El día de nuestra partida nos despedimos del hotel y de su gente con mucha pena. Había sido una estancia de película. Agradecimos especialmente a Vaitiare, una chica en recepción que hablaba español, lo mucho que nos habían facilitado todo. Nos regalaron collares de conchas y nos fuimos.

Nos recogieron en el hotel y nos llevaron de nuevo al aeropuerto, justo al lado. Estábamos nerviosos y emocionados. ¡Nos íbamos a Bora Bora!


En el vuelo no sabíamos dónde ponernos (puedes elegir asiento). Habíamos leído en foros de viajes que al lado derecho eran las mejores vistas. Lo cierto es que eran magníficas a ambos lados. Bora Bora es una isla alargada y estrecha, con muchos motus (islotes) alrededor y todo circundado por la barrera de coral. Desde el cielo era impresionante. Y desde el suelo más. El aeropuerto está en un motu alargado en medio del agua más turquesa que os podáis imaginar.

Era muy gracioso, porque era diminuto, como en Moorea, una choza apenas y un embarcadero, con los barcos que te llevaban a cada hotel. Sólo tenías que bajarte, buscar el de tu hotel y ya está. Había empleados de los hoteles para recibirte,te daban collares de flores y te conducían a tu barco.


El primer paseo en barco hasta el hotel por la laguna fue alucinante. En mi vida he visto un turquesa igual en el agua. ¡Y eso que estaba nublado!

Nuestro hotel también era el Sofitel, como en Moorea. Al llegar, te recibían en el muelle tocando el ukelele y haciendo sonar una gran caracola. Era muy gracioso.


Llegamos y nos instalamos. Nos explicaron que podíamos ir y venir en barco entre las dos partes del hotel (una en la isla más grande y otra en un islote), así que cogimos los snorkels y las toallas y nos fuimos al motu. Era una islita minúscula, con sitio para las dependencias comunes del hotel y poco más. El resto era vegetación y muelles con los overwater. Había dos playas muy pequeñas, preciosas y desiertas. No necesitábamos nada más.


Por allí estaba Giovanni, como el se autodenominaba "el chico de la playa", que nos sacó unas preciosas hamacas en forma de hoja. Chapurreaba algo de español y era muy simpático (como todos los polinesios, la verdad). Estuvo dándonos cocos para beber y dejándonos coronas de flores para hacernos fotos. Un encanto.

Le preguntamos dónde estaba la gente, porque no podiamos creer que la playa más bonita que hubiésemos visto nunca estuviera sólo para nosotros. Nos dijo que estarían de excursión o en los overwater. Hicimos miles de fotos, saltando (como acostumbramos), con coco, sin coco, en el muelle, en el agua... no nos cansábamos.


Había también en la playa una cama balinesa preciosa en la que echamos el resto del día, hasta ver el atardecer.


Nuestro primer día en Bora Bora había sido un sueño.


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