Luna de miel Polinesia-Costa Oeste: el Big Sur y llegada a San Francisco

jueves, 11 de octubre de 2012

Por la mañana dejamos atrás San Luis Obispo y unos kilómetros después nos adentramos en el Big Sur por la Carretera Escénica Uno (la uno para los amigos). Son unos 150km de costa entre San Simeón (donde está el castillo de Randolph Hearst, al que nos acercamos aunque no entramos) y Carmel.

Dicen que es una de las carreteras más bonitas del mundo. Nosotros eso no lo sabemos porque nos quedan muchas más que ver, pero sí podemos decir que era espectacular. Era curioso el cambio de clima entre el interior y la costa. En el interior, cuando íbamos pasando entre viñedos y fincas agrícolas, hacía un perfecto día de verano; pero si te acercabas a la costa entraba una niebla fría y húmeda desde el Pacífico que bajaba en muchos grados la sensación térmica.

En este tramo lo más bonito son los acantilados y las playas. Algunas están muy escondidas, pero por eso tienen más encanto. A nosotros lo que más nos gustó fueron los elefantes marinos.

Yo iba de copiloto guía en mano leyendo que no era muy buena época para verlos y resignándome a quedarnos con las ganas. En esto que vemos gente a un lado de la carretera, paramos el coche y nos acercamos a la costa. ¡Increíble! Había un grupo en el agua liándola. Se veían un poco lejos, pero estábamos contentísimos. Lo mejor fue que había otro grupo de gente más adelante, nos acercamos y los teníamos justo en frente, mucho más cerca. Los podías observar durmiendo al sol y tirándose arena encima.


Pasamos por un pueblo llamado Gorda, donde paramos a petición de unos amigos que habían estado el año anterior, jaja.


La verdad es que el entorno era precioso.


Te quedabas embobado a cada curva y queríamos parar para hacer fotos a cada momento, pero el tiempo apremiaba, queríamos llegar a tiempo a San Francisco para poder visitar el parque nacional de Muir Woods.

No obstante, hicimos una parada en Carmel-by-the-sea, un pueblito precioso del que fue alcalde durante dos años Clint Eastwood. Lo más interesante que ver es la misión de San Carlos, fundada por Junípero Serra en 1770 y muy cuidada y bonita. También merece la pena dar una vuelta por sus calles, todas uniformes y preciosas, con casas realmente bonitas y con tiendas monísimas en las que cotillear. Parece todo salido de un cuento.

La siguiente parada era obligatoria, jajaja, ¡el outlet de Gilroy!. Gilroy es un pueblito pequeño famoso por los ajos. Allí todo tiene que ver con el ajo. Te recibe el típico cartel de bienvenida de los pueblos en EE.UU. con un ajo enorme con carita. Pero nosotros, está claro, no fuimos allí por los ajos, fuimos para entregarnos al consumismo. Esta vez teníamos menos tiempo y no arrasamos tanto como en el outlet de Nueva Jersey, pero vaya, no se nos dio mal.

Salimos de allí pitando rumbo a San Francisco. De camino nos encontramos con bastantes atascos, pero no llegamos mal de hora. Como queríamos ir a Muir Woods, teníamos que atravesar el Golden Gate. ¡Qué pasada! Había algo de niebla (¿cómo no?), pero pudimos disfrutar de las vistas. Pasamos por delante de Sausalito y Tiburón, preciosas, y nos fuimos directamente para el parque.

Llegamos cuando quedaba poco tiempo de luz, pero pudimos dar una vuelta y ver lo que habíamos venido a buscar: ¡secuoyas!


La verdad es que pensábamos que iba a ser un poco más salvaje, pero el parque estaba muy bien cuidado, con pasarelas de madera para no alterar el medio. Fue realmente impresionante.

De vuelta a San Francisco ya se nos hizo completamente de noche. Antes de ir al hotel subimos a Twin Peaks para contemplar las vistas, pero siendo noche cerrada y con mucha niebla, todo desierto y con esa carrtera empinada y llena de curvas, aquello parecía más una película de terror. No obstante, la panorámica mereció la pena.

Después nos fuimos para el hotel. Preguntamos si podíamos aparacar en la calle, pero en la recepción nos dijeron que ni se nos ocurriera. Lo más normal es que se llevase el coche la grúa. La verdad es que las señales de apacarmiento eran crípticas. Sólo se podían aparcar días muy concretos a horas señaladas y a los tres metros cambiaba totalmente el criterio, un lío. Total, que dejamos el coche en el hotel y nos olvidamos. Bajamos a cenar algo por el barrio y nos retiramos, que el día había sido muy largo.

Imprimir

0 comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos tu comentario. Gracias.